Honda CR-V y la posibilidad de combinar una prueba técnica con un recorrido lúdico por la costa de Buenos Aires, entre Mar de Ajó y Mar del Sur, para evaluar este referente mundial del universo SUV, y a la vez, darse una vuelta sin apremios de horarios ni otras habituales limitaciones, conviviendo ambos durante algunos días. Normalmente publicamos en primer lugar el test (técnico) y luego estas notas más «de color», pero en este caso (que no es el primero) invertimos este orden, como nota previa a la prueba de Honda CR-V.
Si bien en la nota del test propiamente dicho nos explayaremos sobre el producto, comencemos por contar «quién es » CR-V y algo breve sobre su historia. Y para ello viene bien recordar que nació como un derivado del Civic, allá por 1996 y que va por su 5a generación (la actual), la que rompe estéticamente con todo lo visto anteriormente, aunque, así ha ocurrido en todos los cambios generacionales. Le encontramos un aspecto más «de auto» o de «crossover» que de SUV en esta última variante, y nos parece un acierto absoluto. Y una de las pocas cuestiones negativas que tenía CR-V, venía de la mano de su anterior motor de 2.4L, muy suave y con gran confort de marcha, pero con un consumo de combustible no apropiado para estos nuevos tiempos ecológicos, caracterizados por el downsizing. Y tanto en Europa como en Brasil (y Argentina, claro) cuenta únicamente con el 1.5L VTEC de 190 CV, similar al montado en su primo Civic, un excelente motor. En Estados Unidos, el principal mercado de esta CR-V, agrega, en la opción de acceso LX, el anterior 2.4L de 184 CV.
Un martes a la mañana, más bien temprano, estábamos en la moderna planta industrial (y sede corporativa) de Honda, en Campana, con la CR-V lista para encarar este operativo. En las varias visitas que hicimos a este Centro Industrial desde donde sale su hermana menor, HR-V, y varias motocicletas, nos ha llamado la atención la filosofía japonesa, su atención por los detalles, su exigencia de calidades, y la idea de conformar un verdadero equipo de trabajo, donde todos comparten el mismo espacio, -casi- sin oficinas privadas y con la misma vestimenta, imagen bastante diferente a lo que suele verse en la industria automotriz, en lo que hace al equipo «dirigencial» de una automotriz.
Preguntamos si convenía «meterse» en capital, o tomar la Ruta 6 que nos depositaría en la Autovía 2, antes de Chascomús, pasando por Cañuelas, alternativa que no habíamos utilizado previamente. «Sí, no tengas dudas, te conviene la 6». Seguimos el consejo de Honda, y arrancamos, con una Ruta 6 que estaban reparando pero solo por algunos kilómetros, más bien cerca del punto de partida. Siendo día de semana, y fuera de horario pico, el tránsito fue realmente tranquilo, y poco después del mediodía estábamos en Chascomús, compartiendo un breve café con un amigo, aprovechando nuestro paso por su localidad. Su consejo fue: «tené cuidado con los radares, yo los conozco de memoria, pero algunos son traicioneros». Miremos los números del viaje hasta ese punto: casi 2 horas y media, 228 km, y un promedio de 14.4 km/l a velocidades de 105/110 km/h, con varios altibajos por detenciones habituales en un viaje y con Aire Acondicionado trabajando a pleno. Interesante primer dato de consumo (rendimiento).
Tras la recarga de combustible en Castelli, seguimos viaje, aunque, en lugar de desviarnos a la R11 a la altura de Dolores, y ante otro consejo de nuestro amigo ¿chascomucense?, seguimos hasta Las Armas, por Ruta 2 y ahí sí nos desviamos buscando aquella otra ruta interbalnearia. El reloj marca la hora 16:00 y estamos pasando por Madariaga, tomando la Ruta 74, último eslabón del viaje para llegar a Pinamar. En un tramo con velocidad máxima permitida de 130 km/h verificamos 11.3 km/l. Una nota de color: como esta caja CVT, justamente, tiene casi infinitas relaciones, aun a velocidades casi fijas, las rpm van cambiando continuamente. Son las 16:25 y llegamos a Valeria del Mar, nuestra base para los primeros días.
Con más de 30° a esa hora, y un pronóstico que auguraba bajas temperaturas para los días posteriores, decidimos aprovechar un rato el mar, y vaya si lo disfrutamos. Luego, salimos hacia Cariló, recorriendo los 3 km internos entre ambos lugares. Otro detalle que nos encantó (sobre todo en un modelo con caja automática), es el referido a cómo «recupera» velocidad hasta llegar a la programada en el Cruise Control con el botón «Res». Lo va haciendo muy lentamente, consiguiendo que no haya grandes cambios de rpm, y por lo tanto aportando al confort de marcha y el consumo de combustible, en detrimento de otros modelos en los que pasa lo contrario. Al fin y al cabo, ¿que cambia perder algunos segundos para permitir que el proceso sea un poco más lento? Nada.
Claro, Cariló fuera de temporada, luce pobre (aunque es un término tan lejano a lo que se ve en ese atractivo bosque…), si bien había algunos visitantes/veraneantes. Y nos metimos por varios recovecos, dominados por pinos y arena, y destacamos el confort de marcha de CR-V: en cualquier condición, y en cualquier camino. Y aunque no nos gustan las CVT (en ninguno de los varios modelos probados, es un tema conceptual), en estos recorridos tranquilos, suaves, muestran sus virtudes: serenidad absoluta, placer total. Disfrute en un Cariló algo desdibujado (fuera de temporada), pero con un marco paisajístico realmente mágico. Vuelta a Valeria del Mar, a última hora.
Son las 6:30 hs de un nuevo día y la costumbre de arrancar temprano hace que no tenga sentido seguir en la cama; los ojos no se cierran por decreto. Salimos entonces rumbo hacia Pinamar, lugar sí ya con vida propia en cualquier época de año, aunque mucho más en verano, claro. Lo temprano hace que podamos hacer un par de fotos bastante céntricas y seguir hacia La Frontera, para llegar hasta el final del camino, durante algo menos de 5 km. Al llegar al punto extremo (Parador de una pick up de otra automotriz), el acceso nos invita a meternos en la arena, camino al mar.
Y al ver salir una desvencijada Ford Ranger de las primeras, casi paseando, pensamos en recorrer esta geografía. Pero, teniendo en cuenta que no somos expertos en arena, que los neumáticos no están pensados para este uso (y menos con la presión normal) y que CR-V sí, tiene tracción 4×4 (Real Time), pero para nada es un vehículo apto para estos recorridos, preferimos tener un operativo en tranquilidad y no forzar a situaciones complicadas para las que, insistimos, no está pensada esta CR-V ni otros modelos de la competencia. No tiene bloqueo de 4×4, tampoco reductora, ni bloqueo de diferencial, ni sus ángulos están pensados para el duro off road. Al salir, pasamos por un loteo en desarrollo, muy atractivo. Realmente Pinamar tiene un tamaño más que considerable y ya no es una ciudad -solamente- turística.
Antes de seguir contando nuestra pequeña aventura, y en medio de tantas virtudes (reales) que tiene Honda CR-V, 2 faltantes importantes a nuestro criterio. El más tolerable, la falta de Control de Descenso, y también la ausencia de sensores de estacionamiento delanteros, teniendo en cuenta la altura de CR-V. Si bien siempre manejamos en posiciones bajas de butacas, realmente se extraña la presencia de estos sensores. ¿Temas de vital importancia? No, pero creemos que dado el posicionamiento del modelo, podría tenerlos. Con la tarde en su esplendor, salimos hacia Mar de Ajó, el punto más «al norte» de nuestro recorrido. Los 20° muestran que efectivamente no es día de playa y que -casi- no hace falta conectar el Aire Acondicionado. Por ruta 11, nuevamente, llegamos, con un promedio de combustible de excelentes 15,8 km/l, con velocidades en el orden los 100 km/h. Unas vueltas por esta coqueta localidad, con bastante movimiento, y la vuelta, previo paso por Nuevo Atlantis, pegado a Mar de Ajó, donde perdimos algo de tiempo para poder retomar la Ruta 11 por reparaciones en la misma, y sus accesos inhabilitados. Cerca de las 19 hs nuevamente en Valeria del Mar.
Amanece el viernes y dejamos esta coqueta zona de la costa bonaerense, rumbo a Mar del Plata, para seguir hacia Miramar, nuestro segundo lugar de cabecera, lugar de gratos recuerdos por muchos años de concurrencia en vacaciones familiares, en aquellos viajes ¿épicos?, con autos que solo contaban con cinturones abdominales, y que nunca viajábamos atados atrás, mucho menos con apoyacabezas. Seguramente el Supremo habrá incidido en aquellos años para que las muertes por accidentes de tránsito no fueran exponenciales. A esta altura, nos hemos hecho inseparables con la Honda CR-V, y definitivamente ha conquistado nuestro corazón, y lo que resulta mucho más meritorio: nuestra razón.
Porque conquistar lo pasional no es tan complicado, pero, poder convencer con un perfil bajo, sin estridencias, es realmente meritorio, y hasta acá, CR-V ha hecho todo bien. Resaltamos un excelente confort de marcha, seguramente lo mejor junto con la muy buena calidad de materiales y de construcción, muy buen espacio interior, un diseño sobrio pero muy atractivo, y en general, un funcionamiento sin fisuras. Detalles como la falta de sensores delanteros y algún otro, menores, no opacan esta excelente opción. En los papeles, los USD 61,900 que cuesta esta única versión -full- de CR-V lucen exagerados (está a solo USD 5,500 de BMW X3, por ejemplo) pero, cuando se la analice más fríamente y se comparten con ellas varios días y kilómetros, se llega a la conclusión que no es así, que «vale lo que cuesta», como dice el refrán popular. De todos modos, en términos absolutos no deja de ser un valor considerable para el mercado actual.
Pero «volvamos a la playa», en una remake de aquel tema de Donald. Llegando a Mar del Plata por Ruta 11, decidimos, a último momento, no desviar a Balcarce y seguir por la costa hacia Miramar. MDQ no solo tiene vida propia desde hace mucho tiempo, sino que es una ciudad muy importante, sin dudas. Por primera vez desde que salimos de Campana, nos tocaba un circuito citadino, quizás no tan cargado como CABA, pero con arranques y paradas permanentes, antes de retomar la costa, y pasar por Punta Mogotes rumbo al sur. Acá sí la caja CVT nos convence y es en estos recorridos donde la justificamos plenamente. Confort total, relax absoluto, placer de conducción. Punto. Tras un recorrido de unos 6 km por Mar del Plata, hasta llegar al puerto, el rendimiento fue de 9.8 km/l, excelente valor aunque, justo es expresar que el tránsito y nuestro manejo fueron más bien tranquilos.
Seguimos hacia nuestro destino y encontramos que el Head Up Display, en este caso, ni tiene demasiado sentido. Es un equipamiento interesante, que además puede regularse en cuanto a posición e info que muestra, pero, con un tablero tan legible y de buen tamaño como tiene CR-V, pasa a ser un elemento bastante prescindible, aunque, «lo que abunda no daña», ¿vió? Dejamos atrás Chapadmalal, que luce bastante «venido a menos» y pasamos por El Marquesado, otrora atractiva playa al noreste de Miramar, y que asistí en varias oportunidades hace ¿35/40? años.
Hoy, estado de abandono, absoluto. Una pena. Situación no tan distinta en Las Brusquitas, muy famoso parador que contaba con playas enormes, algo alejadas del centro de Miramar. Y allí pasamos varios veranos. Ameritaba bajarse y explorarlo; al fin y al cabo, no hacía menos de 20 años que no lo hacíamos. Ingrata sorpresa instantánea: de aquella playa de muy grandes dimensiones solo quedan algunos metros de playa. Un amable bañero que estaba haciendo su trabajo me contó que toda la arena que el mar depositó en las playas del centro, por otro lado, desapareció de estas más alejadas. Habiendo conocido Las Brusquitas en su esplendor, daba pena verla así. Seguimos a Miramar.
Son las 17 hs, estamos entrando a la «Ciudad de los Niños» y decidimos «bypassearla» para seguir a Balcarce, siempre polo de atracción por el Museo del más grande de la historia del automovilismo. Buceamos brevemente en internet, y descubrimos que cierra a las 18 hs: perfecto, tenemos tiempo de sobra. De todos modos, no hicimos paradas intermedias, ya que la idea era llegar con tiempo para el recorrido. Son las 17:10 hs y están las puertas cerradas. Un inspector municipal nos da la -muy- mala noticia: «Está cerrado, cierra a las 17 hs». Pensamos comentar lo del horario de internet, pero, ¿acaso ese error de la red permitiría que nos abrieran sus puertas? Claramente no. Cabizbajos emprendimos el regreso a Miramar, aunque el destino tenía una -no tan pequeña- sorpresa guardada.
Hace unos años, en un viaje similar con un Fiat 500 (Mar y Fiat 500 Lounge AT), pasamos por el Autódromo, para conocerlo, y estaba cerrado, así que, con la «mala onda» de no haber podido visitar el museo, pasamos de larga por su acceso. Sin embargo, unos cientos de metros más adelante frenamos. Si era temprano, ¿porqué no llegar hasta el circuito, al menos para sacar una foto desde afuera? Solo lo habíamos visitado, sin éxito en aquella oportunidad. Al llegar, sorpresa mayúscula: barrera baja, garita y una persona que sale a nuestro encuentro. «Bueno, al menos podremos hacer una mini visita, pensamos», y nos dió una incipiente sensación de felicidad.
«Sí, podés entrar, sale $ 150, tenés que firmar esta hoja por la Responsabilidad Civil, lo que sí, te pido no te demores mucho porque cerramos en 15 minutos» Adrenalina total. No solo por estar en el circuito, sino, además, ¿poder recorrerlo? ¡Bingo!. Claro, una Honda CR-V CVT no era el vehículo ideal, y ahí pensamos «¿como no se dió esto con el Abarth 595 que habíamos tenido pocos días antes?». «No importa, por supuesto», intentamos auto convencernos. Porque además, un recorrido con situaciones de manejo deportivo era lo único que no habíamos hecho con CR-V, ¿y que mejor que un circuito?
Primera vuelta tranquila, no solo por los -lógicos- límites de un SUV sino también porque no conocíamos el circuito y teníamos miedo encontrarnos con algún otro loco de golpe. Pero de la segunda a la séptima fueron más picantes, sin llegar a un manejo totalmente racing, claro, comprobando que, si todo lo visto hasta ese momento con CR-V no había dejado muy conformes, la tenida era realmente muy buena, con dos detalles inevitables. La transferencia de pesos y el quejido de los neumáticos, para nada aptos (ni pensados) para tal fin. Nos hubiéramos quedado horas en el circuito Juan Manuel Fangio, aun con este SUV, pero la amable señorita que nos recibió terminaba sus funciones a esa hora, y tampoco era lógico hacerla esperar. Para ella, claro, era solo un día más de trabajo; para nosotros, una experiencia muy motivante. Algunas fotos de rigor y en nuestra despedida quedó clara nuestras sensaciones. «Bueno, nos vamos, porque sino vas a tener que llamar a la policía para que nos saque por la fuerza…..»
Volvimos a Miramar, y otro detalles negativo, los que hay que buscar, hilando muy fino. Si bien la pantalla táctil es muy práctica, y allí se visualiza el estado del climatizador, tanto la activación del mismo como el nivel del forzador, no se ven de manera permanente. Amanece un nuevo día, el anteúltimo, y embarcamos apenas pasado el mediodía, con un clima bastante fresco, hacia Mar del Sur, previo paso por el icónico vivero de Miramar. donde había varias familias disfrutando de su paisaje. No hemos comentado acerca de esta ciudad icónica de la costa bonaerense. No somos objetivos en el análisis: formó parte de mi niñez, adolescencia y hasta parte de mi juventud, y por lo tanto, casi, es como un segundo hogar.
Hace muchos años dejó de ser una ciudad solo turística de temporada, y tiene vida propia todo el año. Pocos negocios cerrados, y bastante gente «dando vueltas», si bien era un fin de semana, y cuando empieza el calor, muchos bonaerenses se escapan un finde a la playa. Volvimos a Parquemar, y de aquellos terrenos destinados a la papa, con algunas casas, de hace 40 años, a lo muy poblado que hoy está, ha crecido mucho. Las playas céntricas están «llenas de arena». Las escolleras de piedras (que recuerdo perfectamente el primero verano que las descubrimos), enormes «T» que se metían al mar, allá lejos, se han convertido en un puñado de piedras que asoman. Y en sus extremos, donde en aquella época era «la parte muy honda», hoy casi empieza la playa. Y esto hace que haya un gran desnivel desde la avenida 12, costera, hasta el mar. Pero claro, esto no quita el encanto de Miramar, que para los que hemos sido hijos adoptivos part time, siempre existirá. Nostalgia.
Mar del Sur aún conserva un aire de pueblo (en términos positivos), aunque también, en estas décadas ha crecido mucho. Bastante ventoso siempre, aunque, con aspecto de playa virgen, y aires de campo y tranquilidad, con el viejo Hotel Atlántico y sus historias de fantasmas como gran protagonista. Poca gente, y es lógico. Volvimos a Miramar. Un nuevo domingo comienza a despertar, y es un día de movimiento local, sin grandes recorridos. Caminata por la playa, por la 9 de julio, y un recorrido por los distintos lugares donde nos alojamos en aquellos inolvidables viajes familiares. Ya no se pueden recorrer esos poco más de 5 km entre Las Brusquitas y Miramar por la playa; el mar ha tomado para sí casi toda la playa y solo en algunos solitarios tramos puede hacerse este pintoresco recorrido. Vamos cerrando esta escapada a la costa con Honda CR-V, ordenando todo para salir al día siguiente, muy temprano, hacia Campana a devolverle a Honda lo que es suyo.
Y llega el momento del balance y conclusiones de Honda CR-V (que profundizaremos en la nota de test, próximamente), tras haber convivido de manera relajada durante 5 días. Hemos realizado este tipo de operativos en varias oportunidades; son interesantes, además del disfrute personal, porque permiten evaluar comportamientos de manera más sutil, más relajada, más natural, y suma al análisis frío, técnico, de un test. Ambos sirven. Y la verdad es que esta Honda CR-V nos encantó, pero de manera racional. No es un vehículo que impacte de entrada, que sorprenda, sino que uno se va «enamorando» con el correr de los kilómetros. Con un perfil bajo, característica histórica del modelo en todas sus generaciones, hace todo de manera eficiente. Virtudes encontramos muchas: su diseño (parámetro subjetivo, pero claramente gusta), su gran espacio interior, su calidad de construcción y materiales utilizados, su eficiencia en todos los aspectos (principalmente confort de marcha, pero además, tenida, frenos, y el motor, la gran novedad de esta generación: con solo 1.5 litros desarrolla 190 CV, algo opacados por la CVT, pero que están disponibles). El navegador es muy práctico y vaya si lo utilizamos.
Y a propósito, la CVT para estos modelos, y para un andar familiar, tranquilo, relajado, es ideal, aunque, no podemos traicionar nuestras preferencias; no terminan de convencernos. Otro elemento muy interesante es el ingreso y puesta en marcha sin llave, con la posibilidad de setearlo para que al alejarnos automáticamente cierre las puertas. Hay algunas cuestiones menores para criticar, más vinculadas a la filosofía japonesa que a CR-V en sí. Por ejemplo, los paneles de las puertas desentonan respecto a la alta calidad del resto, lo comentado de los sensores de estacionamiento delantero, apertura de capot con varilla y no amortiguador, y poco más. Y su precio, que pareciera alto a todas luces, pero que, después de haber convivido varios días, se justifica plenamente, al menos de manera relativa, en comparación con rivales, incluso del mundo premium. Si hay dos modelos icónicos de Honda a nivel mundial, ambos de bajo perfil y que pueden pelearle a cualquier rival en la comparación, son Accord y este CR-V.
Cerca de Mar del Plata (intentando evitarla), el navegador nos hizo transitar por unos 5 km de tierra en mal estado, y esta sorpresa nos sirvió para verificar que aquel confort de marcha tan comentado se mantenía en estas circunstancias poco favorables. Y así fue, solo alguna aspereza leve en ambos trenes, buscando algo negativo. Luego, tras las horas de rigor respetando las velocidades máximas llegamos a Campana, devolvimos CR-V y fuimos a otra japonesa a retirar otro modelo para probar, pero es otra historia, otra nota que publicaremos más adelante. Excelente experiencia con Honda CR-V, modelo que no habíamos probado en generaciones anteriores y que superó ampliamente nuestras amplias expectativas previas.