Pregunta de respuesta complicada, si las hay, pero intentaremos llegar a alguna conclusión positiva.
La primer respuesta que me surje, y probablemente la más obvia, es que «a la hora de comprar un auto debe privilegiarse aquello a lo que le damos más importancia»
Respuesta más que obvia y predecible, y no hace aporte alguno a nuestra inquietud.
Me animo a clasificar a los potenciales compradores en 3 grupos principales.
Por un lado están aquellos a quienes les da lo mismo casi cualquier modelo, «basta que tenga ruedas y los lleve adonde quieran». Queda claro que no necesitan asesoramiento al respecto ya que comprarán lo que les parezca sin fijarse demasiado.
Un segundo grupo, en esta antojadiza división que hacemos, es el de aquellos que tienen algun condicionante particular que hace que la decisión no sea «absolutamente libre». Puede ser el espacio de carga, o la necesidad de una 3ª fila de asientos o «formato SUV» por tener que transitar por caminos complicados, etc. En este caso, si bien vale analizar y comparar, la disyuntiva está acotada.
Nos centraremos entonces en el tercer grupo; aquellos que, más allá de preferencias o pequeños limitantes, tienen amplia libertad para elegir y comprar. Y comentaré una anécdota personal reciente para graficar la idea.
Hace poco, un conocido me preguntó (sobre una lista tentativa de modelos posibles)
– ¿Cual me aconsejás?
– «El que más te guste», contesté.
– «¿Y para eso le pregunto a un especialista, para esta evasiva respuesta?», respondió
Como fanático y seguidor de todo lo que tenga que ver con el automóvil, me encanta analizar y comparar ventajas y desventajas. Al amigo del relato luego le hablé unos 20 minutos de las alternativas, quizás mareándolo con datos y conclusiones. Y pude entonces mostrarle que comparar «casi científicamente» modelos no lleva a buen puerto; hay otras cuestiones más importantes.
¿Puede uno «convivir» a diario con un auto que no tenga el bául más grande? Seguramente sí. ¿Y estaremos contentos aún si el del vecino rinde 1.7 km/l más que el nuestro? Sin dudas.
¿Y si el auto de mi amigo llega a 210 km/h contra 197 km/h del que yo uso?
Simplemente quiero mostrar que muchos de los resultados de las comparaciones no tienen alta incidencia en nuestra elección. Por supuesto que hay cuestiones más generales que tienen bastante peso. Naftero o diesel, tricuerpo o hatchback, importado o nacional, deportivo o familiar, son todas alternativas que sí deben analizarse.
Podríamos entonces preguntar al revés.
Si elegimos un modelo que gana en la comparativa técnica frente a muchos otros, tal vez por un baúl algo más grande, por una mayor elasticidad, por un menor Cx, o quizás por mayor tecnología (y podríamos asumir varios «pro» más), pero no nos gusta, ¿estaremos cómodos a bordo?, ¿privará la razón con sus argumentos técnicos o el corazón con lo subjetivo?
No tengo dudas que la mayoría de los compradores ubicados en el último grupo de nuestra segmentación, se sentirán mas a gusto con un modelo que les atraiga, «que les entre», que genere atracción, ganas de subirse, que con otro que, tal vez, tenga muchas ventajas competitivas técnicas pero no despierte sentimiento alguno.
Por eso, finalmente, debe hacerse una primera segmentación en base a mínimas necesidades y aptitudes, pero seguramente la decisión debería recaer en el modelo que más atracción genere, con el que la convivencia resulte «más llevadera». Y en lo estético/pasional también hay divergencias de pesos específicos relativos. Hay quienes dan más valor al diseño interior, ya que la mayor parte del tiempo uno ve ese sector del auto. Otros en cambio prefieren el diseño de la cáscara, verlo al llegar y al salir. En ambos casos, la balanza se inclina por «el cuore».